domingo, 7 de diciembre de 2008

Segunda carta desde el 2048

Hola. Soy yo otra vez desde el 2048. Me imagino que con mi nota anterior habré causado algo de confusión, y sobre todo escepticismo. No espero que nadie en el 2008 se crea que alguien puede escribir desde el futuro en una página Web. Al menos no, hasta que empiece a cumplirse lo que yo anticipo en mis notas. Así que no voy a esforzarme por intentar convencer o explicarlo mejor. Me limitaré a contar lo que quiero contar, y el resto ya vendrá solo. Además, mi forma de ser, y la técnica de escritura hacia delante no me permite reflexionar mucho sobre lo escribo. Simplemente sale, y sigue el flujo de mis pensamientos.

Hoy se me ha estropeado el coche. Es un modelo de fusión fría bastante normalito. El único inconveniente que tienen es estar echándoles agua cada dos por tres, por lo menos una vez al mes. A ver cuando inventan alguno que pueda generar el agua necesaria para la fusión por condensación, o yo que sé, porque la verdad es que es un engorro. Con los de uranio comercial es mucho más cómodo claro, una revisión de la batería de uranio una vez al año, y un cambio cada cinco, y listo. Además, el coste del uranio, que es desorbitado, se paga a lo largo de toda la vida del coche, con lo que resulta bastante cómodo. Pero no sé. A mí todavía me da algo de yuyu ir por ahí con una bomba atómica en el maletero.

Pero en fin, a lo que iba, el mío se ha estropeado, y tengo un coche de sustitución que no tiene la tapicería igual que el mío. Se ha desconfigurado algo del sistema de navegación. Lo he programado para ir a casa de mi hija, como cada domingo, y me he puesto a leer el periódico en el proyector del coche, con mi comunicador. Y estaba yo tan tranquilo cuando de pronto se ha parado en medio de la autopista de ocho carriles ¿os lo podéis creer? De hecho casi me bajo porque creía que habíamos llegado. Estaba leyendo el periódico y ni me he enterado. Claro que en cuanto he visto a los coches viniendo hacia mí a 250 km/h, que es la velocidad automática de la autovía, me he dado cuenta enseguida claro. Menos mal que aunque los coches vayan solos con el sistema de navegación automático, detectan también las incidencias de la vía y se cambia automáticamente de carril, pero la impresión de que te pasen 3 filas de coches por un lado y 4 por otro, a 250 impresiona bastante la verdad, nunca me había pasado. Era como estar encima de una piedra, en medio de un río.

Se ha conectado automáticamente la llamada al servicio de averías y el técnico me ha dicho que aunque el automático estaba averiado por un fallo en un chip, podía conducir sin ningún riesgo en modo semiautomático, pero que si lo prefería podía mandarme el vehículo de sustitución que tardaría 17 minutos. La verdad es que me ha picado el gusanillo y le he dicho que no, que me iba en semiautomático a casa de mi hija y que lo recogieran allí y me lo cambiaran por el de sustitución mientras comía con mis nietos. Me ha agradado conducir un rato. Hace mucho que no lo hacía, y la verdad es que antes me gustaba mucho. Por supuesto, aunque a mis nietos les ha escandalizado saber que he venido yo manejando el volante y el acelerador, conducir ahora no es como antes, ni remotamente. Pero tiene su gracia. He activado el control semiautomático y he empezado a acelerar hasta la velocidad de la vía. En realidad tampoco hay que hacer tanto. El coche ya frena si los coches de delante frenan, y en el propio cristal te señala donde está la salida que tienes que coger. Está gracioso porque la salida de la autovía la ves pero como si estuviera rodeada de luciérnagas, toda de color fosforito y parpadeante. Al girar el volante, cambia de carril, pero sólo si no hay nadie en el otro carril. Y si van los coches muy juntos, que me ha pasado, no sé que sistema tiene de radiofrecuencia entre los coches, pero un coche ha frenado para que el mío entrara en el carril. Y digo el coche, porque los ocupantes estaban muy ocupados. Se veía a un hombre de negocios muy agitado con las gafas del comunicador y dando unas voces que se le iba a salir la yugular, y a otro tomando notas con un teclado proyectado.

Al final he llegado a casa de mi hija sin problemas. Incluso me he permitido dar una vuelta inútil a la manzana. Con el automático se utiliza siempre la ruta óptima, pero en semiautomático, aunque realmente no conduces porque el coche acelera y frena cuando debe, sí puedes controlar a donde vas.

Ver a ese hombre de negocios chillando me ha recordado a los tiempos en que yo mismo estaba obsesionado con el trabajo. Sobre todo a la época de las fusiones. Yo trabajaba como funcionario cuando empezó toda aquella locura. Al principio era el Ministerio de Industria, pero cuando empezaron a fusionarse empresas hubo que especializar a mucha gente en aquello, ya que toda la economía del país dependía de que aquellas fusiones entre empresas se hicieran bien. Tanto fue así que se creó el Ministerio de Fusiones. Ya se demostró en la crisis del 2008-2010 que las empresas no podían funcionar de forma totalmente independiente, así que el gobierno intervino para regular todo ese proceso.

Tuve el honor de estar en el equipo que definió la métrica de eficiencia, que fue la clave de todo. Contemplando todos los parámetros de una empresa conseguimos sacar una métrica que daba su grado de eficiencia. Tuvimos en cuenta todo. Los parámetros financieros, claro, pero también cómo funcionaba su red comercial, la atención al cliente, la productividad de los empleados, la formación… todo. Pero eso no fue lo más difícil. Lo complicado de verdad fue definir un modelo predictivo que nos permitiera anticipar cuál iba a ser la métrica de eficiencia, que fuera el resultado de la fusión de dos empresas. Y después de analizar miles de datos históricos sobre fusiones de empresas, llegamos a la conclusión de que no debíamos predecir, sino dirigir el resultado de una fusión.

Definimos un método muy estricto y muy completo que marcaba cómo se integraban todos los departamentos de las dos empresas. Departamento a departamento área a área, se ponían en común los procedimientos de trabajo de las dos empresas. Se sacaba lo mejor de cada uno o en algunos casos, se cambiaba por completo. El resultado es que se generaba una nueva organización que tenía lo mejor de cada una. El método contemplaba esta definición, pero también cómo se comunicaba a todo el mundo, cómo se formaba a todo el personal, cómo se implantaba y se medían los resultados para hacer los cambios necesarios. Duraba exactamente un año, y cada día de este año tenía programados exactamente los pasos que había que dar y las reuniones que había que tener.

Gracias a eso fue posible la integración de Googlezon y LinkedIn. Cada uno de ellos era un monstruo, resultante de la fusión de casi 500 empresas en 10 años. Y la dificultad estaba en que tras todas esas fusiones, quedándose con lo mejor de cada una de esas 500 empresas, ambas empresas eran extremadamente eficientes. En algunos casos decidir cuál de los dos procesos era el que se quedaba, resultaba tan fiable como tirar una moneda al aire, porque la métrica de eficiencia coincidía hasta el cuarto decimal.

En aquella época fue cuando estábamos en plena espiral de violencia callejera, así que estábamos todos en nuestras casas, equipadas con telepresencia. Ni siquiera existían aún las gafas del comunicador con lo que no podíamos estar viéndonos en tres dimensiones como cualquiera puede hacer ahora. En aquella época teníamos solamente la pantalla mural y ahí veía a todas las personas con las que me reunía. Bien es cierto, que las imágenes eran a tamaño natural, y que la calidad del audio era bastante buena, para ser emitida por altavoces. Me pasaba las horas reunido con los otros funcionarios del Ministerio de Fusiones, y entrevistando a personas de distintos departamento de un número interminable de empresas. Las entrevistas estaban programadas minuto a minuto, pero siempre había alguno que empezaba a tartamudear o a irse por las ramas y que hacía que se retrasara todo.

Fue una época muy dura, de mucho trabajo, pero gracias a la cual conocí a multitud de gente. Muchos de ellos son ahora amigos míos, aunque no los pude conocer en persona hasta hace unos pocos años cuando se extendió el espíritu de la Revuelta Asocial del 37. Además, sentía y ahora lo corroboro, que verdaderamente estábamos ayudando a la sociedad. Antes se estropeaba algo y se tardaba días o semanas en reparar. Ahora se arregla al instante para cumplir con la métrica de eficiencia. El papeleo, las colas, las facturas erróneas. Todas esas son ya cosas del pasado. Y es verdad que gracias a eso vivimos mejor que antes.

Otro día contaré más cosas. Saludos desde el 2048.

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