martes, 30 de junio de 2009

El Día... (con Mayúsculas)

Dos hombres y una mujer están sentados en un garaje pobremente iluminado.
El mayor de los tres, un hombre corpulento, de pueblo, algo hosco, se cruje los dedos incesantemente. El más jóven fuma un cigarrillo tras otro, casi encendiendo el siguiente con la llama del anterior. La mujer permanece impasible y pensativa entre los dos.
Los tres están nerviosos, pero no dicen ni una palabra. El silencio reina en el oscuro garaje.
Suena el teléfono y la mujer se levanta a contestarlo. El nerviosismo de los hombres alcanza su punto álgido, pero ninguno dice una palabra al respecto.
Unos breves pero tensos minutos más tarde la mujer cuelga.
- Es la hora – dice.
- Está bien – contesta el mayor poniéndose en pie como con un resorte.
- ¿Pero cómo lo hacemos? – pregunta el más joven apagando su enésimo cigarrillo.
- Como habíamos hablado, nos presentamos allí y ya está – contesta la mujer seca.
- ¿Y los otros? – pregunta de nuevo el joven.
- TODOS vamos a hacerlo, es lo que han acordado. Así será. Sin escándalos y sin tardanza. Nos presentaremos allí y diremos quienes somos y llevaremos todo y diremos todo. Responderemos a todo lo que nos pregunten. Ha llegado la hora – dijo el hombre mayor y todos los recelos quedaron en nada.

A. salió del trabajo algunos minutos tarde. Era una más de sus rutinas-no-rutinas, salir siempre a una hora diferente.
Se acercó a su coche despacio, mirando hacia atrás con el miedo en el cuerpo, como cada día desde que empezó a recibir esas cartas el miedo se le había pegado a la piel como el sudor frío que este le provocaba.
Miró los coches aparcados junto al suyo, no parecían sospechosos. Miró bajo el coche, nada. Miró alrededor una vez más antes de meterse en el interior del vehículo. Cerró los ojos y dio al contacto. Suspiró hondo al ver que no pasaba nada.
Esta vez tomó la ruta D, era la que menos le gustaba de todas pues era la que le hacía dar un rodeo más grande hacia su casa, pero esa era otra de sus rutinas-no-rutinas y obediente debía acatarlas todas.
Aparcó el coche no sin antes dar varias vueltas a la manzana.
Se encaminó a casa deprisa, pero sin dejar de vigilarse las espaldas.

Al entrar en casa se apoyó en la puerta una vez cerrada y suspiró cerrando los ojos. Un día más había llegado a salvo y ahora podría disfrutar de su mujer y sus hijos en tranquilidad.

Un grito ahogado y un sonido de cristales rotos llegó desde la cocina, acudió lo más rápido que sus piernas le dejaron. En la cocina su mujer había dejado caer la bandeja con la comida y miraba el televisor con las manos en la garganta y las lágrimas a punto de salir de su cara entre asombrada, feliz y asustada.
- ¿Qué te pasa, cariño? – le preguntó abrazándola.
- ¡Mira! – le gritó ella señalando el televisor.

La noticia se había producido hacía sólo unos minutos y ya estaba en todas las emisoras de radio y cadenas de televisión.
Los terroristas habían decidido entregarse…
A. no podía creerlo. Empezó a cambiar los canales y en todos sitios se veía lo mismo. En los puntos más dispares de la geografía acudían en grupos reducidos a las comisarías y se entregaban voluntariamente, revelando escondites, entregando armas y documentación. En son de PAZ.

PAZ.

La mujer aparcó el coche frente a la comisaría del pueblo. Los periodistas habían llegado ya allí. Imaginaban que algo así pasaría.
Se encaminaron los tres en silencio pero con la cabeza alta, seguros de su decisión. Cruzaron las puertas con las manos en alto.

miércoles, 17 de junio de 2009

Estoy aquí

Sin salir al camino
muriendo…desangrándome
aún sin creer en tu olvido
te llevo aferrado a mi piel
te busco por las noches
cuando la luna emerge
me consumo en tu silencio
mis brazos te esperan
te extraño…te siento.